Todo es susceptible de convertirse en un eficaz personaje en las manos adecuadas; juguetes, vehículos, candelabros y plumeros, emociones y un interminable abanico de... ¡uf! cosas.
Sin embargo, los personajes que te propongo hoy no hablan, ni se mueven, ni modifican la acción, trama o argumento, aunque si la definen y son parte fundamental de ella. Son de otra pasta, casi, casi su misma esencia, y nada sería igual si ellos no estuvieran ahí...
Son... los escenarios. Lugares con una poderosa y magnética personalidad, capaces de impregnar con ella a todos los que se acercan. En este caso se trata de dos garitos de carretera, perdidos en el desierto y con mucho más que ofrecer que un café o un trago... ¿o no?
Junto a la vieja ruta 66, en el desierto de Mojave, aparece ésta especie de espejismo seudo oriental, mezcla de pagoda y quién sabe qué, donde un puñado de personajes extravagantes, trágicos y magníficos logran sacar brillo a su empañada existencia con una energía optimista y contagiosa que -estoy convencido- difícilmente podría haberse dado en un escenario distinto. Tanto es así que la propia peli lleva el nombre del local.
Y como contraste al personaje anterior, alegre y etéreo, reconocerás éste otro; malévolo, soez, sangriento, mugriento y gamberro en el que todo es exactamente tan malo como parece y mucho más aún. Y ya comprenderás que no, que las historias de los seres que lo pueblan no serían lo mismo, ni de lejos, si fuese otro su nombre y si no estuviera... abierto hasta el amanecer.
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